lunes, 5 de diciembre de 2011

Frío.

El invierno ya se ha colado en casa, sin pedir permiso, es algo irritante y frío, muy frío. Las estufas se encienden desde hace solo unos días, y es imposible despegarse de ellas. Todo el aire que se respira es frío, helado, congelado, entumecido, aterido, tieso, frígido, transido. Las ventanas se empañan, suelo apoyar mi cabeza en una de ellas, desde donde se pueden ver los árboles de un lejano parque que se asoma entre una fila de rectangulares edificios, oscuros y tristes, grises masas que no parecen absorber luz alguna, clónicos espectros sin alma, mates, reservados,intransigentes. Llueve casi todas las tardes, pero ahora apenas caen algunas gotas rezagadas, muy pocas ya, que provocaban un leve cloc cloc al chocar contra los cristales de la ventana de mi habitación. Me encanta dormirme escuchando la llúvia caer. Los días de llúvia me parecen días bonitos, que no alegres, si no melancólicos, oscuros, misteriosos, quizás diferentes a la monótona brisa que cruza las calles los días de sol. Y así, escuchando la llúvia caer, imaginando histórias, algunas sacadas de los miles de libros que he llegado a leer, con la oscuridad propia de un día de llúvia, me dejo llevar y caigo dormida en un profundo sueño gris, bonito, oscuro y lluvioso.

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